23/7/09

Pizarrones y docentes, ¿insuplantables?

A comienzos de este siglo muchas aulas estaban rodeadas por pizarras. Es decir, no ocupaba solamente el lugar de privilegio al frente de la clase, sino que también ocupábamos las paredes laterales del aula. ¿Para qué tantos pizarrones? Los nuevos tiempos exigían bastante trabajo de los maestros y mayor actividad del alumno. Por eso era una herramienta fundamental, y permitía tenerlos ocupados en prácticas de cuentas o dictados a muchos alumnos a la vez, era una costumbre muy frecuente, ya que en los laterales de las aulas podían ubicarse muchos chicos que practicaran dictados, multiplicaciones o divisiones por tres cifras. Lo que fuera...

Y allí sigue, todavía disfruta de buena salud. ¿La tecnología lo puede desplazar? No lo creemos. Todavía están los pizarrones de fórmica, para que las tizas descansen un poco y para que trabajen los plumones. Allí andan dando vueltas otros que permiten tener copia en papel de lo que se ha escrito sobre ellos.

¿Tizas digitales? ¿Enceradas de vidrio? Quién sabe. Hacia allá vamos. Lo que es ireemplazable es quien escribe sobre ellos. Aquí no pueden faltar alumnos. Y... por más que algún tecnólogo quiera reemplazarlos, no pueden faltar los docentes. De ellos, 0 por ellos y para ellos es todo el trabajo. Las pizarras son testigos mudos de lo que ellos hacen. No tienen palabras ni ideas. No son el centro de sus universos. Lo son ellos. Por más chips y pantallas de cristal líquido que instalen. Lo más importante seguirá siendo el color de sus sueños sobre cualquiera de los pizarrones. Y esos sueños brillan tanto sobre una pizarra descascarada como sobre un monitor de última generación.

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